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El tobércolo en el plomero

Durante mis estudios universitarios, desarrollados en la Universidad Nacional de Buenos Aires, superado el tercer año e iniciada la actividad hospitalaria, en mi caso en el Hospital Fernández, podíamos ingresar en alguna guardia como ‘practicantes’. Mal que me pese, y aunque me sigo sintiendo joven, ya transcurrieron 40 años de la anécdota que paso a detallar. 

Allá por 1974, comencé a asistir a un servicio de guardia en un Hospital público del conurbano bonaerense, en la ciudad de Morón. Esta ciudad tiene a su alrededor varios nudos carreteros de importancia, por lo que a la actividad propia de una guardia, se le sumaban accidentados de la más variada gravedad. Seguramente hoy los sigue teniendo y en mayor número, habida cuenta de nuestra mala educación conductiva y peatonal. 

Pero el motivo que hoy genera esta referencia es un hecho mucho más simple y cotidiano: una clásica consulta no urgente, que a veces satura nuestras guardias médicas. 

Esa tarde, en uno de los cuatro boxes de la guardia, pudorosamente separados por cortinas de tela verde, me esperaba un señor de baja estatura, mediana edad y en ropa de trabajo (mentalmente lo califiqué como obrero). De pie y apoyado en la camilla, no aparentaba estar enfermo y mucho menos ser un paciente "de guardia". 

Luego del aviso de la enfermera (era mi "turno", entre los 10 practicantes que cumplíamos 24 horas), me acerqué y le pregunté que le sucedía. Formalmente se sacó su gorra-visera y al contestarme, denunció con su acento, su nacionalidad de origen (como ustedes saben, la Argentina es un "crisol de razas") con una gran mayoría de españoles e italianos. 

En este caso, se trataba de un "tano", como cariñosamente rotulamos a cualquier amigo de esa nacionalidad o ascendencia. Es increíble, como en muchas personas mayores, que a pesar de una larga permanencia en nuestro país conservan gran parte de su vocabulario y acento, conformando una mezcla idiomática inconfundible. 

Volviendo a la anécdota, mi paciente de ese momento, muy preocupado, me dice en ese "cocoliche" clásico (transcripción audio-literal): 

- " Dotore, ío vengo a vederlo, perque tengo un tobércolo en el plomero"... 

Con la clásica displicencia del "médico-en-potencia" y la experiencia ya de haber visto y escuchado situaciones similares, mi cerebro iba componiendo una imagen probable de lo que iba a encontrar tras esa frase, que asocié rápidamente a una connotación sexual...

Un tanto "sobrador" y bastante molesto (¡... justo a mí me tiene que tocar!…), le indico, sin anestesia: 

- ¡ Está bien amigo, bájese los pantalones !... 

El buen señor, un poco más serio que antes, me insiste con lo del "tobércolo", ante lo que le repito que debe bajarse los pantalones.

Ya con sus pantalones largos, hechos un acordeón sobre sus zapatos y mostrándome con un dejo de pudor su ropa interior, insistió:

"... e para qué tengo que bacarme lo pantalone..."

Sabiendo que como médico me debo al paciente, hice gala de mi paciencia y le expliqué que obviamente era necesario que venciera su natural vergüenza y me mostrara éso que lo que lo tenía tan preocupado... 

Afortunadamente, él no debió humillarse bajando la prenda que restaba y yo pude evitarme un mayor bochorno, cuando este señor hizo gala de su expresividad gestual y me indicó dónde tenía el "tobércolo" : ¡su mano completa se apoyaba en su hemitórax izquierdo!... 

Alguno de mis colegas le había espetado una clásica frase de nuestros consultorios de aquélla época: "¡Usted tiene una mancha en un pulmón!"; diagnóstico que el "tano" calificó en forma personal como un "tobércolo en el plomero". 

Nunca más le he pedido a nadie, en el consultorio, que se baje los pantalones; al menos antes de asegurarme de que ello sería absolutamente necesario. 

Carlos Kohler (Aficionado)

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