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Recuerdos no vividos


a Nayla


—Hola ¿Cómo estás hoy abuelo?
—¡Huguito! —mientras sonríe al recién llegado—. Un poco mejor que ayer. Pero… sacate eso, quiero verte la cara
—Sabés que no se puede, te saludo de lejos —al sentarse en una silla en la entrada de la habitación—.
—Es todo verso, política, quieren deshacerse de los viejos
—Abuelo… los políticos del mundo no quieren deshacerse de vos. Eso lo haces solito. Todavía me pregunto ¡¿qué carajo hacías arriba del techo?!
El abuelo chista despectivamente en respuesta al comentario.
—El día que no pueda hacer las cosas por mí mismo, me muero —responde—.
—¡Tenés 85 años! —reprende el nieto—.
—Bueno, bueno, bueno —dice la hija del abuelo, y tía de Hugo, que ingresa a la habitación con la merienda del paciente—. Pa’ ¿Por qué, mejor, no le contás lo que pasó hoy?
El abuelo sonríe tímido, casi sonrojándose, y dice
—No ¿Para qué?
—¡Ahora quiero saber! —y devuelve una sonrisa de manera automática, contagiosa, tras el barbijo—.
El abuelo insiste en la negativa hasta que la hija exclama e informa
—Recibió un llamado del pasado
—Historia antigua —responde, minimizando el suceso—.
—Antigua, puede ser; pero te alegró y ahora parecés un tomate —ríe—.
—Exijo saber —finge firmeza, aunque no finge curiosidad—.

……….

—Ma´ ¿Qué pasa?
—Nada hija
—¿Cómo que nada? Hace una semana que no te levantás de la cama. ¿Qué excusa tenés?
—Nada hija, solo estoy cansada
—¿Cansada de qué?
—De la vida
—Ya estoy cansada de esta conversación. La vida es la que vos elegís cada día. Siempre encerrada, solo salís a comprarle comida al perro. Tenés que tener más contacto social. Andá a una peña, al gimnasio, a danza, a caminar…
—¿Viste que nos quieren meter un chip con la vacuna? —procura cambiar el tema de conversación—.
—¡Mamá! Por favor. Dejá de ver tantas pavadas por televisión
—No son pavadas. Quieren controlar lo que haces
—Ya lo hacen mamá. No necesitan hacer tanto gasto. Tienen las redes sociales, las cámaras, los periodistas y tantas cosas más baratas… Mamá, hablando de redes ¿Qué pasó con lo que buscaste el otro día en Facebook? —sonríe de manera picaresca—.
—Tu hermana me ayudó. Bah, me convenció.  Hoy a la mañana, finalmente, lo llamé. Llamé al amor de mi vida, y cuando atendió y escuché que era él, me congelé. Me puse nerviosa, pero me hizo bien saber que estaba vivo aún —suspira—. ¿No te contó tu hermana?
Un silencio incómodo se instala en la habitación. Se cruzan las miradas y la hija responde al negar con la cabeza y, de pronto, lo entiende todo.
—¿Fue antes que papá?
—¡Ay! —exclama, aunque sin ofenderse—. Por supuesto ¿Cómo…
—¡Está bien! —interrumpe—. Tenía que preguntar
Ambas ríen y sonríen hasta que el silencio vuelve a ser el protagonista

……….

—¿A vos te parece?
—Sí, levantá el culo —ordena el nieto—. ¿Hace cuánto que no sentís la adrenalina en el estómago?
—Desde que caí del techo —ambos ríen—.
—Ya estoy viejo para esto. No puedo…
—¡Dejate de joder! El otro día me dijiste: “el día que no pueda hacer las cosas por mí mismo, me muero” —cita e imita la voz del abuelo—.  Y, aunque el traje es elegante, no te imagino vestido así en un cajón. ¡Andando, tigre, que vamos a perder el colectivo!

……….

—¿Desde que lo conociste en la fábrica de fósforos que no lo pudiste olvidar?
—No hija. Lo olvidé o, quizás, quedó en un estado de latencia como un tardígrado. Con tu padre lo olvidé. Es que el tiempo a veces trae oleadas de recuerdos no vividos
—Ma´, estaba pensando —y se deleita internamente ante el chiste que va a hacer—. Este hombre fue fruto del poder del sobretodo de Perón —ríe profusamente—.
—No es gracioso —responde—. Cuando me perdí en la procesión, en la despedida de Evita, me sostuve de su sobretodo, pero fue un accidente y, además, era una niña y todavía no lo había conocido.
—Es como la túnica de Jesús —continúa molestando a su madre—.
—¡Cortala!
—Está bien
—¿Me peinás? Ya falta poco para que llegue
—¡Mamá! ¡Faltan tres horas! ¡Viene desde Liniers y en colectivo!

……….

—¿Pero este colectivo tiene frenos o vamos a atender alguna emergencia?
—Paciencia Huguito, ya estamos en Nuñez —calma al nieto para que no lo ponga más nervioso de lo que ya está—. La próxima es nuestra parada, ya no hay tutía.


Por Diego Obiol

[Diego Obiol, en sus palabras: Bahiense, carpintero de aluminio, instructor de sobrecarga, farmacéutico -egresado de la UNS- y doctorado en bioquímica por la misma Universidad. Desempeñé la profesión en Ushuaia y en Gral. Roca. Actualmente me encuentro terminando el posdoctorado en el laboratorio de biofísica del IFISUR-UNS-CONICET. Ejerzo la docencia en el departamento de biología, bioquímica y farmacia y en el departamento de física ambos de la UNS. Además, como docente de química en un colegio secundario. He sido galardonado mayormente en el género narrativa, aunque también he obtenido varios reconocimientos en poesía. He participado de múltiples antologías, he escrito algún prólogo y alguna contratapa de libro; y entre los reconocimientos, el mayor honor que obtuve fue que un concurso literario llevara mi nombre.]

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